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El objetivo de este blog es facilitar información sobre temas de psicología y aclarar vuestras dudas sobre ellos. Ante vuestros comentarios y preguntas os daré mi opinión y consejo profesional, pero éstos nunca podrán sustituir a la consulta cara a cara que es donde deben hacerse un diagnóstico y tratamiento.

martes

PROBLEMAS DE ALIMENTACIÓN EN LA INFANCIA: Negación y rechazo de alimentos, tiempo que se tarda en comer y vómitos. (a Mila Carretero)

Como hacemos habitualmente, pasaré a definir algunos conceptos que ayudará en la posterior lectura del tema.

¿Qué es Aprendizaje?
Es el proceso de adquisición de habilidades, conocimientos, valores y actitudes a través de la experiencia, del estudio o de la enseñanza.

Condicionamiento operante
Es el proceso a través del cual un organismo aprende a asociar ciertos actos con determinadas consecuencias, el organismo aprende a dar ciertas respuestas para obtener un refuerzo o evitar un castigo.

Reforzamiento positivo y negativo
El reforzamiento es un procedimiento en el que se presenta al sujeto un reforzador (estímulo o acontecimiento) contingente (inmediatamente después) a la realización de una conducta, aumentando la probabilidad de que esa conducta vuelva a ocurrir.
Reforzamiento positivo: se presenta el reforzador agradable para el sujeto contingente a la conducta para aumentar su probabilidad de ocurrencia. Por ejemplo, cuando a nuestro hijo le damos un beso por haber recogido los juguetes, estaremos reforzando positivamente su conducta y aumentado la posibilidad de que vuelva a ocurrir.
Reforzamiento negativo: se elimina el reforzador desagradable para el sujeto contingente a la conducta para aumentar su probabilidad de ocurrencia. Por ejemplo, cuando permitimos a nuestro hijo jugar después de terminar los deberes. 

Castigo
Al contrario que el reforzamiento, con el castigo lo que conseguimos o intentamos conseguir es una supresión o disminución de la conducta.
Castigo positivo: se presenta un reforzador aversivo, desagradable, contingente a la emisión de la conducta para disminuir la probabilidad de su ocurrencia.
Castigo negativo: se elimina una situación o estímulo positivo contingente a la emisión de la respuesta con la intención también de disminuir su ocurrencia.

El reforzamiento positivo ha desmotrado ser más eficaz que el reforzamiento negativo para aumentar conductas apropiadas, y más eficaz que el castigo para conseguir cambios en las conductas. Se consigue más no reforzando las conductas inadecuadas que castigando por ellas.

Como peculiaridades en la intervención con niños y adolescentes quiero resaltar que no todo lo que a los adultos molesta es realmente un problema, hay conductas de los niños que son propias de su edad, por lo que recomiendo que los padres intenten informarse sobre el proceso evolutivo de sus hijos con la lectura de bibliografía especializada o consultando a un especialista, de esta manera conseguirán un mejor entendimiento del momento evolutivo de sus hijos y tendrán una opinión más objetiva.
Por otra parte, cuando los padres están preocupados por algunos comportamientos de sus hijos deben ser conscientes que ellos han participado en la adquisición de tales conductas, de acuerdo que influye el temperamento del niño y su genética, pero la mayoría de las conductas, buenas y malas, son adquiridad, aprendidas. No se trata de culpabilizar a los padres, pero sí de hacerlos responsables.

La impaciencia de los padres por querer conseguir cambios en las conductas de sus hijos de la manera más rápida posible es, a mi entender, un obstáculo para llegar a buenos resultados sobre todo por el abandono de las estrategias que deben seguir como proceso para conseguir esas conductas esperadas. Debemos tener en cuenta que la intervención en niños y adolescentes necesitan un tiempo y una dedicación por parte de los padres, profesores y demás personas del entorno del niño. Y que solamente con constancia e insistencia se llegará a conseguir los resultados que esperamos.


PROBLEMAS DE ALIMENTACIÓN EN LA INFANCIA

La conducta de alimentación en los niños va cambiando de forma progresiva. Durante los primeros meses es básicamente pasivo, es decir, el bebé acepta o rechaza el alimento que se le ofrece sin que se produzca ningún contacto con dicho alimento. Posteriormente, va interesándose por la comida estableciendo contacto manual con ella y pasando a participar de forma activa en su alimentación. Cuando tienen un año y medio suelen pedir, reconocer y comer de forma autónoma algunos alimentos, consiguiendo la autonomía alrededor de los 3 años.

Las preferencias o rechazos que manifiestan los niños por algunos alimentos, sabores, texturas o formas de preparación suelen manifestarse muy pronto: por ejemplo, rechazar el biberón cuando le cambian la tetina. Pero es a partir de los 2 años cuando empiezan a rechazar de forma reiterada determinados alimentos, sabores, colores, texturas y formas de preparación. Estos rechazos van evolucionando con el paso de los años y suelen superarse entre los 7 y 12 años (por lo que paciencia, mucha paciencia).

La intervención o tratamiento de los problemas de alimentación suelen basarse en procedimentos conductuales, normalmente en técnicas de control de contingencias, es decir, de reforzamiento positivo y negativo, extinción de conductas, moldeamiento, etc. Estos procedimientos normalmente son aplicados por los propios padres previamente entrenados por un especialista y en el propio domicilio. Suele ser necesario que los padres adquieran una nueva conceptualización, no culpabilizadora pero sí responsable, del problema de su hijo como algo adquirido que puede ser modificable. Por otra parte, en muchas ocasiones además de entrenar a los padres se debe intervenir sobre las creencias erróneas de los mismos sobre la alimentación del niño (cantidad, tipo, variedad de los alimentos, etc.) y sobre el grado de autonomía que éste debe tener para su edad.

Negación y rechazo de los alimentos

El niño tiene sus preferencias y es normal que haya alimentos que le gusten mucho, otros poco y algunos nada. A veces el rechazo se corresponde con sabores o texturas, como el sabor de algunas verduras, y sustituirlos por otros no sería ningún problema siempre que no afecte a las necesidades nutricionales del niño. Pero en otros casos, estos rechazos se producen a una gran variedad de alimentos y no pueden ser eliminados ni sustituidos de su dieta, es cuando deberíamos actuar para conseguir una conducta alimentaria adecuada.
Muchos de los rechazos son aprendidos por modelado, es decir, si alguien de la familia no come nunca verduras y las sustituye por otro alimento, el niño puede aprender a pedir el mismo trato. En otros casos, el rechazo puede deberse a experiencias negativas con esos alimentos (por ejemplo clavarse la espina de un pescado) que ha vivido el propio niño o que alguien ha contado.
El rechazo a alimentos sólidos es uno de los más frecuentes, apareciendo normalmente cuando la madre pasa de triturar la comida a no triturarla. En estos casos el rechazo suele ser fruto de las costumbres establecidas por la madre que siempre le tritura la comida para que el niño coma más cantidad y más rapidamente. Es una cuestión de reforzamiento: en los primeros intentos de dar comida sólida al niño se producen momentos difíciles: el niño se atraganta, le cuesta masticar; la madre tarda más en darle de comer, tiene que aguantar las protestas del niño, le preocupa que coma menos y que pierda peso, etc. Por todo esto, la madre vuelve a dar el alimento triturado al niño y éste no sólo lo acepta sino que come rápidamente, sin problemas ni protestas, este comportamiento queda reforzado (para el niño y para la madre) y su mantenimento también queda asegurado.
Importante también, es que cuando al niño se le obliga a que coma sin hambre aprende a que la actividad de comer es algo desagradable: llantos, riñas, castigos, amenazas..., lo que producirá reacciones de evitación ante la comida. Lo más frecuente es que el niño se niegue a comer en determinadas situaciones: si no ve la tele, si no le da la madre, etc, por lo que nuevamente nos encontramos con un problema que es mantenido por aprendizaje operante: la conducta de comer queda reforzada por la atención que recibe de la madre o porque ha conseguido ver la televisión.

¿Qué podemos hacer?

Debemos dirigir nuestra intervención a conseguir que el niño acepte de forma paulatina los alimentos o formas de preparación que hasta ahora rechazaba.

Podemos diseñar un programa de reforzamiento diferencial: los padres reforzarán las aproximaciones graduales a la conducta deseada (comer el alimento) y extinguir con retirada de la atención (no haciendo caso al niño) la conducta de rechazo de los alimentos. Inmediatamente después de cada una de estas aproximaciones graduales a la conducta deseada los padres deberán premiar al niño con algún refuerzo previamente pactado o con refuerzo social (mimos, elogios, etc.).

Si el rechazo se produce por el saber de los alimentos, podemos mezclarlo con otros que sean del agrado del niño para así enmascarar su sabor. Pero esta estrategia sólo debe considerarse de manera transitoria, siendo necesario ir aumentando progresivamente la cantidad de alimento cuyo sabor era rechazado hasta que llegue a comerlo sin mezclarlo.

Ante la negativa a comer si no se dan ciertas circunstancias como no comer solo y que la madre tenga que darle el alimento, debemos valorar si el niño tiene las habilidades necesarias para comer solo, y por tanto la negativa es una búsqueda de atención materna, o si la dificultad que le supone comer él solo es debido a un inadecuado aprendizaje de los hábitos de autonomía.

Si el niño sí tiene las habilidades necesarias para comer solo y su negativa se debe a la interrupción de las actividades que le gustan (ver la tele, jugar) por culpa de la comida, se debe reorganizar la contingencia comida-juego, utilizando una actividad reforzante como premio, sólo cuando el niño haya comido él solo una cantidad determinada de alimento. Mejor comenzar la intervención en una comida en la que sea fácil esta reorganización, por ejemplo en la merienda que puede darse al niño cuando llegue de la guardería o escuela y permitirle jugar sólo después de comer. Cualquier intento de comer solo y sin jugar ni ver la tele debe ser reforzado verbalmente, mientras que se le recuerda que cuando acabe de comer podrá jugar a lo que tanto le gusta. Por el contrario, cualquier negativa debe ser acompañada de retirada de la atención. Posteriormente, debemos extender este aprendizaje a otras comidas más conflictivas. Es muy conveniente e importante que paulatinamente se vaya incrementando el tiempo de demora entre la finalización de la comida y el acceso al juego, para así ir acomodándose a las distintas situaciones de la vida real.

Si lo que rechaza el niño es comer alimentos sólidos, es conveniente empezar la intervención con la comida que puedan dedicar más tiempo y seleccionar algunos alimentos que más le guste al niño para ofrecerle pequeñas cantidades sin triturar. Se debe reforzar al niño efusivamente e inmediatamente después de cualquier intento por comer el alimento sólido. Ante cualquier negativa por comer debe retirarse la atención. Pasado un tiempo pruedencial se le retira la comida que quede en el plato y no se le vuelve a dar nada hasta la comida siguiente. Progresivamente tenemos que ir introduciendo los alimentos que le gustan menos y hacer extensivo el procedimiento a todas las comidas.


Tiempo que tardan en comer

La edad del niño, el hambre que tenga, lo apetitosa que le resulte la comida, la cantidad de comida, la habilidad para manejar los cubiertos, etc., son variables de las que depende el tiempo que tarda en comer el niño. Algunos autores consideran una duración adecuada una media entre 30 y 40 minutos para una comida de dos platos (Gavino, 1995). Lo primero que debemos valorar es que si el tiempo que tarda el niño en comer es realmente un problema para él o realmente lo es para los padres que no disponen de mucho tiempo para la comida.

Si un niño come demasiado lento puede ser porque la comida realmente no le guste (como suele pasar con las verduras) o porque le es complicado tragar (como pasa con la carne, que el niño mastica y mastica hasta que la carne se convierte en una bola seca difícil de tragar). En estos casos si le obligamos a tragárselo pueden producirse arcadas y vómitos, lo que dará lugar a sacarse la bola de la boca y tirarla. Esta conducta se mantiene por las consecuencias: tragar por ejemplo la carne resulta aversivo para el niño y al forzarle a tragar se produce otra situación aversiva para el niño y para la madre, las náuseas y/o el vómito, posteriormente permitiendo que el niño tire la bola estamos reforzando negativamente su conducta.

La lentitud al comer puede ser también una forma de reclamar la atención de los padres, y suele quedar reforzada positivamente al conseguir que la madre acabe dando la comida al niño. Para la madre el hecho de acabar dando de comer al niño queda reforzado negativamente al poner fin a su problema de tener que escuchar los llantos del niño o protestas por no querer comer, pero a largo plazo está contribuyendo a perpeturar este comportamiento.

¿Qué podemos hacer?

La intervención en los casos en que los niños tarden demasiado en comer debe comenzar por eliminar las actividades que entretienen al niño mientras come.  Según Gavino estas son las pautas generales para reducir la duración de las comidas:

1.  No dar al niño ningún alimento entre comidas.
2.  Procurar que no coma nada antes de empezar a comer.
3.  Deben preverse posibles peticiones o comportamientos que puedan interrumpir las comidas (lavarse las manos, ir al baño, pedir agua, etc.), procurando que los lleve a cabo antes de sentarse en la mesa.
4.  Utilizar algunas medidas de control estimular, fundamentalmente, eliminar o quitar la mesa o de su alcance todos lo objetos que puedan distraer al niño.
5.  No responder a los comentarios de demanda de atención y/o comportamientos inadecuados (parar de comer, jugar con los cubiertos, etc.) que puedan tener lugar durante la comida.
6.  Si aún llevando a cabo los pasos anteriores es necesario reducir más el tiempo, puede hacerse lo siguiente:
      6.1.  Durante la comida situar un reloj con alarma delante del niño.
    6.2.  Empezar con un límite de tiempo ligeramente inferior al que normalmente requiere para comer o el menor que haya empleado en una comida similiar.
     6.3.  Informar al niño de que tendrá un determinado periodo de tiempo para comer, y que cuando ese tiempo se acabe sonará el reloj.
     6.4.  Si se lo ha comido todo se le premiará con uno de los reforzadores que previamente se hayan acordado.
     6.5.  Si cuando suena el reloj no ha terminado, se le retirará el plato de la mesa y no se le dará el premio.
     6.6.  Durante el plazo establecido puede irse informando al niño, señalando el reloj, de cómo lo está haciendo. No deben hacerse otro tipo de comentarios durante las comidas.
     6.7.  Las reducciones de tiempo deben ser muy graduales.
7.   Si ha comido dentro del límite, se le dará el reforzador pactado. Si no es así se le retira el plato sin hacer ningún comentario. En este caso, no podrá obtener el reforzador pactado por ningún otra vía.


Vómitos

Estando el niño sano, el vómito puede aparecer en algunos problemas de alimentación: cuando se come muy deprisa, cuando se le obliga a tragar la bola de alimento, cuando se le fuerza a comer, etc. En estas y otras situaciones el vómito pone fin al problema, ya que al ser una situación que alarma a los padres, lo normal es que abandonen sus intentos de forzar al niño a que coma o que trague. Antes estas circunstancias, el niño se da cuenta fácilmente que cuando vomita los padres se alarman y puede aprender a mantener esta conducta sólo por el refuerzo que obtiene como consecuencia del vómito, como dejar de comer, conseguir otros alimientos que sean de su agrado, etc.

Por otra parte, el vómito también puede aparecer sin que esté vinculado a un problema de alimentación, sino como rechazo a alguna situación diferente a la comida, como por ejemplo el tener que ir al colegio.  El niño puede aprender que vomitando no le lleven al colegio (ir al colegio es una situación desagradable para él), de esta manera conseguirlo queda reforzado negativamente (se elimina la situación desagradable) y se mantiene la conducta que la originó (vomitar).

¿Qué podemos hacer?

En primer lugar, debemos descartar que el vómito se deba a un problema orgánico.

Normalmente, los vómitos persistentes está relacionados con algún problema de la alimentación: rechazo de alimentos sólidos, comer demasiado rápido, asco antes algún sabor, etc.; y solucionando este problema suelen desaparecer los vómitos. Sin embargo, pueden darse situaciones en la que los vómitos se mantienen por sus consecuencias: atención de los padres, recibir alimento especial, no ir al cole, etc.; en estos casos debemos indagar cuáles son las ganancias secundarias que el niño obtiene como consecuencia del vómito.

Cuando los vómitos se producen por rechazo de una situación ajena a la comida, como ir a la escuela, la intervención debe orientarse a saber los motivos por los que la escuela es desagradable para el niño y tratarlos adecuadamente y, por otra parte, se debe abordar la conducta de evitación de la escuela, haciendo que el niño acuda aunque previamente haya vomitado. Se trata de romper la contingencia vómito-evitación, y así la condicta de vómito se desvindule de sus consecuencias reforzantes para el niño.

Los padres deben saber y entender que la situación de vomitar se mantiene por aprendizaje, pero que esto no quiere decir que el niño manipule de forma intencionada la situación.


En resumen, los problemas de alimentación en la infancia son conductas aprendidas y que han sido reforzadas por el entorno del niño. El entrenamiento a los padres ha demostrado ser una forma efectiva y eficiente para solucionar estos problemas, la cuestión está en dedicar un tiempo, primero a ese entrenamiento y, segundo, a llevar a cabo la intervención con el niño en casa. Las intervenciones conductuales han demostrado también ser efectivas para estos problemas en la infancia, se trata de reforzar positivamente y de forma inmediata la conducta deseada o sus aproximaciones y en retirar la atención para no reforzar de ninguna manera las conductas no deseadas, de esta manera se aumentarán las primeras y se extinguirán las segundas.

Todo lo aquí expuesto es tratado de manera general y no para ningún niño en particular. Debiéndose analizar cada caso y consultar a los especialistas: pediatras, psicólogos, etc.

Lectura recomendada:

Gavino, A. (1995). Problemas de alimentación en el niño. Manual práctico para su prevención y tratamiento. Colección Ojos Solares. Madrid: Pirámide.





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